miércoles, 24 de diciembre de 2008

MENU DE NOCHEBUENA: PAN DE TE VERDE Y PASTEL DE OSMANTHUS

Una de las grandes satisfacciones de vivir en China es que no se celebra la navidad. Aparte de algún abeto de plástico en la puerta de un centro comercial, y algunos antros de perdición capitalista como MacDonals que cambian la música pop china por villancicos (casi se sale ganando con el cambio, de hecho), es Navidad como podría ser Ramadán. No hay anuncios dando la brasa en la tele y las calles con que compremos turrón con sabor a papaya mientras volvemos a casa de nuestros sufridos padres (que este año a lo mejor ni abren la puerta, por que con la que está cayendo por Europa, igual el niño viene a instalarse), ni decoración hortera en las calles (entiéndase, más de la que hay habitualmente).

Si es que aunque quisieran poner algo, ya no cabe


Entendedme, digo que es una ventaja, pero sin acritud. Yo ni soy militante anti-Navidad (bueno, un poco, pero tampoco es este el tema de hoy), ni tampoco soy especialmente fan del turrón blando y el chupito de beilis (así, como lo pronuncian nuestras tías) con el que acabamos de taponarnos el estómago, pero para esta Nochebuena me veía brindando con Licor de Tres Flores (a saber cuáles), y comiendo pastel de osmanthus, que es lo más parecido a turrón que pude encontrar. Al final hubo cerveza y vino como para librarnos de abrir la botella de licorazo, pero el pastel de osmanthus sí que tuve ocasión de probarlo. Y si os preguntais qué tal estaba, pues para qué os voy a engañar, os podeis imaginar a qué sabe una cosa hecha con un ingrediente que se llama por su nombre científico. O sea, Industria Alimentaria China 2- Laoguai ingenua 0.

Que este tema del osmanthus tiene su enjundia, porque es muy representativo de cómo se relacionan los chinos con la naturaleza. Decía un escritor de viajes que un chino, cuando se encuentra con un pájaro hermoso y exótico, tiene dos ideas: comérselo o encerrarlo en una jaula minúscula y usarlo como objeto decorativo. Pues algo parecido le pasa al osmanthus, y no corrais a la wikipedia, que ya me he informado yo por vosotros, para que veais como os cuido: en castellano se le llama olivo oloroso (o eso dicen en el interneee, habrá que creerselo) y es un arbusto que tiene la peculiaridad de florecer durante un periodo muy corto de tiempo, y de tener un aroma especialmente intenso. ¿Y qué hacen los chinos? Pues cortarle las flores y hacer con ellas te, un vinazo intragable (que tiene 20 grados, es que aquí le llaman vino a cualquier cosa), y pasteles igualmente incomibles.

Dejo el tema culinario para otro momento, y vuelvo a estas fechas tan señaladas. Los chinos ignoran la Navidad porque no la han celebrado nunca, como es lógico en un país donde el cristianismo nunca llego a tener mucho éxito, y porque además coincide muy cerca del Festival de la Primavera, o lo que nosotros llamamos Nuevo Año Chino. Como este año toca especialmente pronto, dentro de unas tres semanas, no me voy a liar explicando en que consiste, pero básicamente la gente se hace regalos, se compra ropa nueva, y se lia a comer y a beber como si tuvieran miedo de que no haya un nuevo año esperando (como decía Mafalda, qué grande). Así que yer iba yo camino de la cena de Nochebuena que hicimos en casa de un amigo, con mis cinco barras de pan bajo el brazo (me habían encargado que comprara el pan porque desde que saben que desayuno arroz con kimchi ya no se fían de mi), y me crucé con unos vecinos en el ascensor. Hay que decir que, en general, los chinos son discretos cuando se trata de mostrar asombro, pero la cara de póker de estos dos cuando me vieron a las nueve de la noche con media panadería bajo el brazo, era para grabarla, entre que aquí nadie come pan, y que se cena entre las seis y las ocho, debieron pensar que el jet-lag que había afectado más de lo normal. Y cuando llegué a casa de este hombre, estaban otros de sus vecinos de mudanza. Planazo para una Nochebuena: ponerte a a acarrear armarios. Claro que si vamos a eso, también es un plan curioso pasar la Nochebuena bebiendo tsintaos y comiendo tortilla de patatas con un grupo de gente que conocí hace tres meses en un aeropuerto (y que ya son como mi familia, por si alguno me lee, que sepais que nimen xianzai shi wo jia ren, renshi le nimen wo fei chang gaosing).

Y es que aquí los guiris nos dividimos entre los expatriados "de verdad", que se vuelven a sus países de origen a comer las uvas o lo que sea de rigor en Nueva Zelanda o Michigan, y a recibir los regalos en compañía de los suyos, y los pringados como yo y mis compañeros, que nos quedamos aquí levantando el país. Os iba a contar como nos organizamos, pero mañana tengo que coger un avion a las ocho de la mañana para Hong Kong y me da pereza, asi que os voy a dejar.

sábado, 6 de diciembre de 2008

HE VUELTO

Que nadie se preocupe, que de momento no me han atropellado, es que ha empezado el invierno en Shanghai (0 graditos pelados que tenemos) y como no se utilizar el aire acondicionado, porque el mando está en chino, pues no he tenido tiempo de escribir. Que direis, ¿qué relación tiene una cosa con la otra? Pues hombre, que en mi casa hace frío, pero en los bares se está muy a gusto, así que me he pasado los últimos quince días cual personaje de un tango, yendo de bar en bar contándole mis penas a los camareros. "Ay, mi aire acondicionado, que me traiciona cuando más lo necesito, si es que las máquinas son todas unas malas p...".

A ver quién entiende aquí algo

Y ni tan mal, la verdad, lo que pasa es que los chinos, que a veces tienen raptos de lógica, son de la opinión de que lo sano es pasar frío en invierno y calor en verano, así que aquí es normal encontrarte con las puertas y las ventanas abiertas en los bares y los restaurantes, y la gente comiendo con el abrigo puesto tan felices. Así que como acababa pasando frío de todas formas (es que la Tsintao para entrar en calor, como que no, y miedo me da el alcoholazo que venden aquí), me metí el mando del aire en la mochila y fui a pedirle a mi profesora que me lo tradujera.

Trabajito le costo, a la mujer, enteder el bicho este. Entre que, como ya he dicho, es de Harbin, y claro, a menos 20 que están ahora mismo allí no hay aire acondicionado que valga, y que los mandos a distancia, como los folletos de instrucciones, están hechos a mala idea (yo creo que son parte de un plan maligno para exterminar a la humanidad llevándonos a todos al suicidio por pura desesperación), casi me vuelvo a casa a seguir pasando frío.

Aunque no es que ahora esté mucho mejor. Mi aparato de aire acondicionado es más grande que el frigorífico (a esto sí que le voy viendo la lógica, porque ahora mismo las cosas están bastante más frías sobre la encimera que dentro del frigo), pero da el mismo calor que un secador de pelo. De hecho, da hasta la misma sensación, en cuanto lleva dos minutos soltando aire noto como se me van quedando los ojos como uvas pasas, mientras los dedos de los pies siguen avanzando lentamente hacia la congelación y la gangrena.


Los cerditos son una aportación de mi casera, que no puede evitar ser china

Y es que los chinos tienen un concepto de los electrodomésticos bien curiosa. Por ejemplo, las lavadoras: en otras partes del mundo, las lavadoras lavan, de ahí su nombre. En chino también se llaman así, xi yi ji, o sea, lavar ropa máquina. Pero la mía, no se debe haber enterado bien, porque más que lavar la ropa, la digiere. Yo le meto las ropa, le echo el detergente por encima, (es de carga horizontal y no tiene cajón donde echar el detergente, la lejía o lo que sea, tienes que echarlo todo directamente al tambor), y luego cruzo los dedos. Mientras, ella se pasa las dos horas siguientes dando vueltas lentamente, haciendo un ruidito como el gorgoteo que te sale del estómago después de la cuarta cena de Navidad.

Luego suelta un pitido así como lastimoso, con el que indica que ha acabado de lavar y quiere un chupito de suavizante para rematar la faena, y al fin ya se pone a centrifugar. Pero vamos, dos minutos, así como para que se vea que cumple. Y eso, cuando le apetece, porque un día estaba vaga, y no hubo manera. Me puse a tocar botones y ella se puso a pitar por todos lados que parecía que le estaba pegando, hasta que le dije, "bueno, mujer, tampoco hace falta que te pongas así", y saqué la ropa chorreando (sí, le hablo a mi lavadora, debe ser por el glutamato).

Que tiene más mérito de lo que parece, sacar una colada entera chorreando agua de las entrañas de una lavadora china. Porque otra peculiaridad de estas máquinas (he estado preguntando y a todo el mundo le pasa lo mismo) es que la ropa sale, aparte de con más arrugas que en una campaña de Adolfo Domínguez, anudada una con otra, literalmente. Yo no se como lo consigue, pero mi lavadora, después de dos horas de suaves meneos, consigue que mis sujetadores salgan con los aros tan retorcidos que parecen muelles, y enredados al mismo tiempo con absolutamente toda la ropa que estaba dentro. Y si fueran solo los sujetadores... ya sólo llevo camisas y polos de manga corta, porque la última de manga larga que metí se ató de tal manera con unos pantalones que aún no he conseguido desenredarlos. De hecho, los tengo encima de la mesa del salón, para que decoren en plan escultura moderna.

Otra curiosidad es que aquí las casas no tienen horno. No sé si también fue idea de Mao, o es porque el aire acondicionado tamaño "yo creo que aquí dentro hay un chino metido calentando el aire con un mechero" chupa él solito toda la potencia eléctrica de la casa. Y claro, si te vas a morir por congelación mientras esperas a que se ase el pollo (o la tortuga, o lo que sea), tampoco te merece la pena tener horno. El caso, que no hay hornos, y me parece estupendo porque yo tampoco iba a usarlo mucho, la verdad.

Peeeero, hete aquí que el otro día estaba yo buscando refugio en casa de un amigo que sí sabía cómo funcionaba su aire, y tenía en su cocina un aparato que tenía todo el aspecto y el tamaño de ser un horno, de estos de toda la vida en los que hacen nuestras madres los asados del domingo (y la mía en particular hace también unos pasteles de hojaldre que están de escándalo, Mamaaaaaaa mándame un táper de croquetas, que estoy harta de comer cosas que no sé qué son). Accidentalmente le toqué un botón, y aquello se llenó de luces de colores y cosas raras, que por un momento pensé que me había dado corriente y estaba teniendo un ataque de epilepsia. Que una tiene algo de mundo, pero un horno tuneado, no lo había visto nunca. Cuando se me pasó el susto, fui a decirle a mi amigo que su horno estaba haciendo cosas raras, y que a ver si iba a empezar a soltar humo tóxico, que con la calidad que tiene aquí todo, cualquiera se fía.

Y ahí mi amigo me miró con esta cara de, "No te queda a ti ni nada en China", y me dice, "No te preocupes, que yo no tengo horno". Y yo, "¿Y ese bicho que tienes encastrado debajo del fregadero ocupando media cocina?". Repuesta: "Un higienizador de platos".

Como el chico es informático y a veces habla raro, pensé que por higienizador quería decir un lavavajillas. Pero no, por higienizador quería decir exactamente eso: tu lavas los platos bien lavaditos, y luego los metes en el bicho ese, que te los desinfecta y de paso te tiene entretenido con los juegos de luces. ¿Que sería mejor un lavavajillas que te los higienizase mientras de paso los lava? Pues hombre, la cosa en el fondo tiene su lógica, porque si una persona come algo que requiere desinfectar la vajilla después de haberla lavado, y la mete sucia dentro de una máquina conectada a la corriente eléctrica, igual se hace una reacción rara entre la electricidad y la roña y sale de allí un alien. Si es que parece que no, pero está todo pensado.

Bueno, os dejo, que me está llorando la lavadora. Le he comprado un suavizante nuevo, con aroma a melocotón. A ver si le gusta.

viernes, 21 de noviembre de 2008

CAMINAMOS HACIA EL FUTURO POR EL MEDIO DE LA CARRETERA

Hoy se cumplen ocho semanas desde que adquirí mi flamante bicicleta, tiempo suficiente para transportar en ella una tabla de planchar, con su plancha, un edredón sintético (en línea con el país) y otro de pelo de camello (sin comentarios), una vajilla completa, un wok, dos cajas de vasos tamaño pinta, y suficientes cervezas como para hacer una línea que llegase a Madrid (y probablemente volviera). Incluso he llevado a un compañero de trabajo un día en las tsintaos y la pereza de ir a pie al próximo bar le habían alterado la percepción del riesgo lo suficiente como para subirse conmigo. Si tenía él más confianza que yo, casi parecía que me estaba dando una clase de parto sin dolor, yo con los nudillos agarrotados en torno al manillar, y él a mis espaldas dándome ánimo, "Tranquila, respira hondo y sigue, que es más fácil de lo que parece".

Pero todavía me queda mucho camino por recorrer hasta llegar al nivel que tienen mis convecinos shanghainitas cuando se trata del manejo de vehículos a motor en general, y bicicletas en particular. Por el momento, me he comido un seto, he atropellado a un perro (galgo, para más señas), y me he caído de la bici dos veces, la segunda dejando suficiente ADN sobre el asfalto como para que, con la ayuda de nuestro aire limpio y cristalino, se me esté criando una gemela mutante en algún rincón. De hecho, últimamente me fijo más en las caras de la gente con la que me cruzo, por si veo a alguien que se me parezca.

Luego direis que exagero, pero el tráfico y la contaminación son tan terribles en esta ciudad que el gobierno (Shanghai no tiene Ayuntamiento, un pueblo de este tamaño no lo necesita, si ya nos dirigen dierctamente nuestros amados líderes) ha prohibido las motos de más de 125 cc. Para los coches, se las matrículas se venden al mejor postor en subastas periódicas. Si alguno está pensando en comprarse un coche para conducir aquí, que vaya preparando unos 9.000 US$ (sí, sí, nueve mil dólares americanos, no habeis leído mal), que es lo que le costará. El consuelo es que si se te pasa el impulso suicida y te arrepientes puedes revenderle la matrícula a algún otro inconsciente. No sé si está funcionando para disuadir a la gente, porque se ven muchísimos coches por las calles. Sí están consiguiendo que no todos lleven placas, y que los que lo hacen se crean que han comprado una patente de corso, y se pasen por el arco de triunfo las señales, los semáforos, y el sentido común, haciendo giros de 180 grados cuando les viene en gana, saltando de un carril a otro, y en general conduciendo como si estuvieran en un videojuego. Aquí no hay glorietas, y menos mal, porque el día que las pongan la población del país se va a reducir a la mitad. Aunque bien pensado, igual no era tan mala idea, en vez de las máquinas expendedoras de condones (gratis, ojo) que hay en cada esquina y hasta en las entradas de los compounds...

Aquí, dos auténticos profesionales del transporte a pedales

Pero sin duda, con 10 millones de unidades reconocidas, las bicicletas son las reinas de Shanghai. Darse una vuelta en hora punta es como ir al circo, donde el objetivo no es llegar a casa o a la oficina puntual, o entero, sino lograr el más difícil todavía. Aquí la gente aprovecha que está subido a la bicicleta para echarse un pitillo, hablar por el móvil y hasta envíar mensajes sms mientras se mete en dirección contraria por una avenida de cinco carrilles. He visto a una señora que llevaba a un niño dormido con la cabeza apoyada en el manillar de la moto (no creo que fuese hijo suyo,


porque con una madre así no hubiera sobrevivido a la etapa de gateo). Es una cosa curiosa, teniendo en cuenta que sólo les dejan tener un hijo, la alegría con la que padres/madres/abuelos/parientes varios suben a los niños a motos y bicicletas cochambrosas, metidos en asientos de alambre oxidado que parecen jaulas para pollos, que las ves y piensas, no me extraña que no se molesten en ponerle casco al niño, si total, como se haga un corte le va a dar un tétanos que no llega vivo al hospital.

Cuando llueve, es una estampa preciosa ver a las parejitas de novios en la bici, él sudando y jadeando como un perro, y la chati detrás, sentada en el portapaquetes, de lado, como una señorita, con los taconazos que me llevan todas las mujeres en este país a medio centímetro del asfalto, jugando con el móvil con una mano y con la otra sujetando un paraguas para que no se le moje Romeo. Y si no tienes chati que te proteja de la lluvia, pues meiguanxi, aquí no pasa nada, con una mano te llevas el paraguas tú mismo, y con la otra manejas la bici. ¿Que puedes atropellar a alguien? Muy probablemente, pero como aquí lo que sobra es gente...


¿Aceptamos siesta como deporte?


También hay que decir que, aunque la inmensa mayoría de los conductores aquí son del género psicópata, en cuanto llevas diez minutos subido a cualquier tipo de vehículo te dan ganas de ponerte a matar peatones, y no de atropellarlos, sino de matarlos a pellizcos, como dicen mis compañeros, que sufran, que se lo están buscando. Porque vamos a ver, señores, señoras, camaradas en general, hagan el favor de ir por la acera, que para eso está. Que yo entiendo que en hora punta, entre las obras, los puestos de venta de fruta y fideos fritos, los zapateros, mecánicos y mendigos que invaden las aceras, la gente tenga que meterse por el carril-bici o por el centro de la carretera. ¿Pero por qué lo hacen cuando no hay nadie en la calle? ¿Por qué se meten por el carril-bici con el carrito del niño o la silla de ruedas del abuelo? Y, si no les queda más remedio, al menos, no lo hagan de tres en fondo, ¿por qué no pueden ir en fila?

Yo no sé qué tienen las carreteras de esta ciudad que les da tanto gusto caminar por ellas. Será que les gusta el subidón de adrenalina, como a los australianos y yankees que van a España a que los cornee un toro en los sanfermines. Y es que no es sólo que se metan por el medio y medio y no se aparten por mucho que les avises de que vas (me está saliendo callo en el pulgar de darle al timbre, y esto tampoco es broma, aunque lo parezca), es que cuando pasas a su lado se apartan lo justo para dejarte pasar, vamos, que hay toreros que se arriman menos. A veces hasta te tocan el manillar o el cuadro, tal cual como el que le acaricia el cuerno al miura que acaba de pasar rozándole.

O, la versión que más me gusta, esa señora, o señorita, shanghainesa, con su maquillaje impecable a las 7 de la mañana, su cazadora de cuero fucsia de auténtica imitación de cocodrilo, y sus taconazos de 12 cm, que intenta llamar a un taxi desde la cera con un pie, uno solo, metido dentro del carril-bici, como si fuera una piscina y estuviera viendo qué tal está el agua. Señora o señorita, meta usted el piececito donde lo tiene que meter, o sea, en la acera, que yo estoy medio dormida y, como comprenderá, entre dejarla coja a usted o que me pase por encima un autobús, me quedo con la primera opción.

Que conste que no es por maldad ni por ánimo asesino (que a decir verdad, parecen los dos motivos principales de la mayoría de los conductores de por aquí): es una simple cuestión de supervivencia. Y es que aquí funcionamos como en la planta de urgencias de un hospital; se da prioridad al que más pupita tenga o, en nuestro caso, al que más pupita te pueda hacer. Es decir, que como prefiero que me atropelle una moto antes que un coche, el coche tiene prioridad. Y lógicamente, prefiero chocar contra un peatón antes que contra cualquier otra forma de vida de las que se encuentran en estas calles. Como he comentado en otros post, no hay perros, pájaros ni ratas por la calle, así que el peatón está al final de la cadena trófica.

Si es que yo no soy mala, es el tráfico que me ha hecho así.

viernes, 14 de noviembre de 2008

EL REINO ANIMAL PINTA POCO EN UNA REPÚBLICA

En un post anterior comenté que no hay pájaros en el cielo de Shanghai, y debo rectificar. Haberlos haylos, aunque es difícil verlos. Tanto que he tardado un mes en enterarme de que en el parque en el que voy a hacer tai-chi con mis compañeros hay una pequeña colonia de mirlos. Se les oye gorjear entre los árboles, pero hasta que no vimos a uno posado en una rama estabamos convencidos de que el sonido venía de algún altavoz colocado para dar ambiente. Y es que en esta ciudad los pájaros le tienen semejante pánico a los miembros de nuestra especie que se mueven con una técnica digna de un comando guerrillero. Para coger unas migajas de pan del suelo, los gorriones se comportan como halcones, lanzándose en ráfagas a recoger lo que pueden y dispersándose luego entre los árboles.

Hacen bien en desconfiar, porque China no es precisamente un ejemplo a seguir en respeto a los animales. Para los chinos, el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta no son más que materias primas o bienes de consumo, así que aquí todos reciben el tipo de trato que en Occidente reservamos normalemente sólo al marisco, los toros y alguna que otra cabra.

En los mercados no hay mucha diferencia entre que el bicho en cuestión esté ya procesado o todavía vivo. Únicamente, que la carne muerta tiene que estar refrigerada y en un sitio razonablemente limpio, mientras que la que aún respira puede esperar sobre la acera.

En las tiendas de mascotas, tratan con más cuidado a los paquetes de pienso, (porque si se rompen o se aplastan no los compraría nadie), que a los animalitos, que se hacinan en jaulas oxidadas unos encima de otros (y que además así dan más pena, y por tanto más ganas de llevártelos a casa). Los pájaros cantores y los grillos, que aquí son muy populares (pero como objetos decorativos), también pasan toda su vida encerrados en jaulas minúsculas o en botes de plástico (pinchando en las fotos podeis verlas en detalle, que los grillos son bien bonitos).

En parte es lógico que el bienestar de los animales no sea una preocupación, porque hasta hace muy poco tiempo China era una sociedad de campesinos (hoy día sólo el 40% de su población activa trabaja en el campo) que tenían que pelearse con un entorno árido y estéril. El paisaje chino está mucho más cerca de los desiertos y estepas de Asia Central que de los arrozales y búfalos de agua de Indochina; de hecho, menos del 15% de todo el territorio es apto para el cultivo. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que hay que alimentar aquí, y las penalidades que han tenido que soportar, sorprende que aún sean capaces de guardar algo de sensibilidad hacia la naturaleza.

Y es que yo no creo que sea tanto crueldad como falta de consideración, porque algunos bichitos, sin dejar de cumplir algún tipo de función, sí que reciben un trato razonablemente bueno. Por ejemplo, los gatos, que aquí campan a sus anchas en los restaurantes, las tiendas y los museos (según me han explicado, las ratas shanghainitas han salido cultas, y les gusta comerse los marcos de las pinturas), como una forma barata y eficaz de mantener ratas y ratones a raya. Allí donde hay un gato suele haber también un par de chinos acariciándole y haciéndole fotos. Aunque luego los tengan todo el día como a este pobre, que por las noches se ocupa de desratizar la tienda donde compro los baozis del desayuno.

O los perros, que se han convertido en la mascota preferida de la clase media, y que los shanghainitas compran siguiendo la misma lógica que se aplica en España a los abrigos de pieles. Es decir, cuanto más caro sea y más se note, mejor, porque son ante todo un símbolo de estatus. Lo que, combinado con el, digamos, peculiar sentido del gusto de los chinos, hace que por las aceras de Shanghai se paseen los perros más feos de la tierra. Pequineses, pomeranios, y otras razas decorativas que probablemente sirvieron de inspiración al guionista de Los Gremlins asoman la cabeza desde los bolsos de Gucci de sus dueñas, y en los parterres de los compounds (habría que ser muy valiente para sacar un perro a las aceras de esta ciudad) bulldogs franceses embutidos en vestidos ridículos (que, con lo que se ve en este país, es mucho decir) se pelean con collies que podrían dedicarse a anunciar champú. Lo que más abunda, como sería de esperar en este país, son los caniches, que cada día me sorprenden (bueno, ellos no, pobrecitos, sus dueños) llevando un poco más allá los límites del mal gusto y lo hortera con sus vestidos y peinados.

Aunque si tuviese que elegir una imagen, creo que esta redime a toda la población china de su compleja relación con los animales:


Está sacada en el Templo del Buda de Jade. Como en muchos templos budistas, hay un estanque con peces que los creyentes pueden alimentar, para acumular mérito (es decir, que se portan bien con los pececillos para compensar las maldades que hayan estado haciendo por ahí). Por algún motivo que desconozco, siempre escogen la especie de peces más fea posible. En el Sur de Asia suelen ser peces gato, que los devotos ceban hasta que alcanzan el tamaño de focas monje; aquí en China los elegidos son estas carpas de colores, que visto lo visto no se quedan atrás en capacidad de engorde.

El caballero de la imagen no sólo se atrevió a meter la mano en el agua donde nadaban estos engendros (todavía no me explico que no se la arrancasen a mordiscos), sino que además les acariciaba la cabeza y las agallas con tal ternura que por un momento pensé que se iban a poner a ronronear.

Si es que en el fondo, no son tan malos.

PD: Por si os estais preguntando por qué mis compañeros y yo hacemos tai chi (que por cierto en pinyin se escribe tai qi), forma parte del programa de clases de lengua y cultura china que seguimos. A mi no me entusiasma y al principio no le veía la relación entre aprender mandarín y estar dos horas dando puñetazos en cámara lenta mientras un corro de chinos nos observan y nos sacan fotos. Ahora veo que sí la tiene: después de cinco semanas, estoy tan acostumbrada a hacer el ridículo en público que no me da vergüenza practicar las cuatro frases que he aprendido.

lunes, 10 de noviembre de 2008

LAS TORTUGAS, EN EL PASILLO 7, SECCIÓN MARISCO

De todas las actividades cotidianas, hacer la compra es la que me hace sentirme más extranjera. Entrar en un supermercado y perderme entre pasillos y pasillos repletos de todas las combinaciones posibles de azúcar, cacao y grasas vegetales que tanto gustan a los irlandeses; o de quesos y botellas de vino con nombres de batallas medievales (Saint-Emilion, Côtes du Rhone) en Francia; o de panes con aspecto de ser comida para hamster en Alemania... O, allí donde las ventajas del márketing y la electricidad no han llegado todavía, pasear por un mercado sorteando cabezas de vaca ensangrentadas, racimos de plátanos amoratados y pilas de tubérculos que ni siquiera tienen nombre en castellano. Nada me recuerda tanto lo lejos que estoy de casa.

Y vive Dios que, en cuanto a exotismo a dos por uno, China se lleva el primer premio con muchísima ventaja. Empezando por la pasión nacional, el arroz, que aquí venden en recipientes adaptados a la escala del país:



Continuando con las carnicerías de tipo sírvase usted mismo, que aquí la higiene no es una prioridad:


Sin olvidar la sección de ... ¿pescadería? ¿anfibios? ¿reptiles y asimilados? Vosotros diréis:




Y es que a la gente en este país, como en otras muchas partes de Asia, les gusta tener la garantía de que el pescado que comen sea fresco, fresco. Vamos, que si no se resiste, no es de fiar, o si no, mirad este vídeo:



Además de la presentación de las mercancías, el analfabetismo en el que vivo y la peculiar forma que tienen de clasificar los productos aquí tampoco ayudan a evitarme los ataques de morriña cuando voy a hacer la compra. Por ejemplo, ayer intenté comprar un tetabrick de yogur. Lógicamente, no lo venden en botes de cristal, para qué nos van a hacer la vida más fácil pudiendo recordarnos que estamos en China y que (al menos yo) debería estar estudiando caracteres como una perra. Total, que tuve que recorrerme toda la sección de refrigerados, sorteando tortugas sin concha (pero vivas, pobrecitas mías), sobres de ensalada de medusa y lirios en salsa picante, hasta que encontré un cartón que ponía, así, en letras de verdad, YOGOURT.

Y ya casi con lágrimas de agradecimiento lo iba a meter en la cesta. Pero en un alarde de lucidez, de esos que, gracias al glutamato, son cada vez más raros en mi persona, me dije, esto no puede ser tan simple, seguro que tiene truco. Así que me fijé mejor, y claro que lo tenía. Justo debajo de "yogourt", y escrito con letras aún más gordas si cabe, ponía XILYTOL FLAVOUR. Y yo paso con la melanina, porque sin mi cafe con leche de por las mañanas no soy persona, pero... ¿yogur con sabor a xilytol? ¿Eso no lo lleva la pasta de dientes?

Total, que sintiéndome vencida, di media vuelta, consolándome con que peor estaban las tortugas. Pero he aquí que mientras pasaba por el pasillo dedicado a caramelos, frutos secos y frutas irreconocibles, me encontré con este paquete de tentador aspecto:

Preserved mango, decía. Y yo, que no aprendo, me dije, mira qué bien, si son mangos secos, por mucho empeño que le hayan puesto, no pueden estar malos... Ay, pequeño saltamontes, ¡nunca subestimes las capacidades de la industria alimentaria china!

Y esto es lo que había dentro del paquete:


Y el sabor va a la par del aspecto. Vamos, que es incomible, como era de suponer desde el principio, por mucho que la foto del paquete esté puesta con aviesas intenciones. Me queda el consuelo de que suelta un olorcillo así como a limpiasuelos de los más agradable. Y como no están los tiempos para tirar el dinero, lo tengo puesto encima de la mesa del salón, para que me haga de ambientador.

Así que hoy me he dejado de tonterías, y me he comprado estas galletas marca Pinocho, ya que, si me van a vender lo que les venga en gana, por lo menos que me lo adviertan desde el principio:

Lo más probable es que estén hechas de poliexpán, pero oyes, tengo un par de sillas que están medio cojas, así que a malas me servirán para calzarlas. Si le voy a coger el gusto y todo a esto del bricolaje gastronómico...


PD: doy las gracias a la amiga que que me generosamente me ha dejado las fotos del supermercado y autorizado a publicarlas.


lunes, 3 de noviembre de 2008

UNA IMAGEN VALE IGUAL QUE UNA PALABRA

Uno de los rasgos más peculiares de la lengua china es su sistema de escritura, al que tanto debe el gremio de tatuadores, y que tantos disgustos nos da a los estudiantes de chino.

Parece ser que la idea de utilizar ideogramas nació a partir de un método de adivinación, basado en calentar al fuego conchas de tortuga e interpretar las grietas que se originaban. Alguien pensó que sería buena idea buscar alguna forma de guardar las predicciones para la posteridad, y en un rapto de inspiración se le ocurrió tallar dibujos sobre el hueso, que explicasen en más detalle el significado de las grietas. Vamos, que lo inventó un Rappel en versión china, lo cual ya nos da una idea de su rigor y eficiencia como método de transmisión de conocimientos.

De esto hace cuatro mil años, y en este tiempo los habitantes de este gran país que me acoge han estado demasiado ocupados inventando cosas, conquistando territorio y liberando a las masas oprimidas como para desarrollar un alfabeto, así que aquí siguen, con los ideogramas, aunque obligue a los niños a dedicar prácticamente el 100% de sus primeros años de escolaridad sólo a aprender a escribir, y aún así no lo consiguen hasta los ocho o nueve años.


Una caligrafía roñosa, en la cocina de mi casa: porque en China la sensibilidad artística y el jabón son conceptos excluyentes.


Claro que en este tiempo algo han ido evolucionando, no sé si para mejor. Los caracteres originarios, que eran verdaderos dibujos en miniatura, como los jeroglíficos egipcios, se han ido estilizando hasta hacerse completamente irreconocibles. Hay algunos radicales básicos, y una vez que te los aprendes son fáciles de distinguir, pero eso tampoco facilita demasiado la tarea, porque la mayoría de los caracteres se componen de varios radicales, y aunque conozcas los radicales que forman un caracter compuesto, el sentido que tienen todos juntos casi nunca es evidente.

Por ejemplo, no creo que nadie vea aquí un árbol () y un ojo () sobre un corazón (). Y, aunque sea capaz de verlo, ¿qué significa árbol y ojo en mi corazón? Ah, el que quiera saberlo, a estudiar chino como hago yo, ¡que lo quereis todo hecho!

Algunos ejemplos más:

(quian, negro): un fuego ardiendo bajo una ventana.

(chu, suceder/ publicar/ brotar): un pie asomando fuera de una cueva.

(dian, electricidad): un rayo en el cielo, y de aquí 电脑 diannao (cerebro eléctrico), o sea,
ordenador.

(ming, luz/ evidente): el sol () y la luna ().

Otra peculiaridad de los caracteres es que no puede escribirlos como te de la gana (como tantas otras cosas en este país). Cada caracter tiene un número de trazos fijo, y hay que hacerlos en el orden adecuado. Parece una tontería, pero los diccionarios están organizados según el número de trazos y el orden, y si no sabes cuál es la forma correcta de escribir un carácter, no puedes buscarlo, ni en un diccionario, ni en un listado, ni en las páginas amarillas (aquí el chiste es fácil).

Un par de ejemplos de tradición y modernidad
- que además tengan gusto ya va a ser mucho pedir.

Según pasa el tiempo y el lenguaje evoluciona, seguir usando caracteres se va haciendo más difícil. Este sistema se adapta bastante mal a la introducción de nuevas palabras, que casi siempre se forman combinando varias palabras anteriores
(como avión, que se dice 飞机, literalmente "máquina voladora", o bicicleta, 自行车, "vehículo para montar uno mismo") lo que hace que la escritura se vaya haciendo poco a poco más lenta y difícil. Además, no se puede usar para escribir en un teclado porque hay más de 15.000 caracteres distintos (aunque nos queda el consuelo de que para poder leer un periódico sólo hay que conocer unos 3.000).

El Gran Timonel intentó sustituír los caracteres por el alfabeto latino, usando como base un sistema de transcripción fonética al que llamaron pin yin
( 拼音, "juntar sonidos"). La idea era buena (para variar, porque si China llega a haber sido un barco, con este al timón habrían acabado con Leonardo di Caprio cantando en la proa, ejem), pero no hubo manera de imponerla. Y es que los ideogramas son una parte fundamental de la cultura china. A caballo entre la pintura y la poesía, los caracteres tienen un componente estético que no puede llenar un alfabeto.

Aquí la gente decora sus casas con caligrafías; cuelgan el caracter de felicidad (
) en la puerta o en la cocina para que les traiga buena suerte; y cuando una pareja tiene a su único hijo, elige el nombre en función del significado de los caracteres que forman su nombre, con resultados a veces muy curiosos (pero esto mejor lo dejo para otro día, que el tema tiene mucha enjundia).

Puede que algún día los chinos acaben por vender su alma a la comodidad de un alfabeto, pero de momento se están adaptando bastante bien: la tasa de alfabetización de china es de un impresionante 85% (cifras de la UNESCO); han desarrollado teléfonos móviles con pantallas táctiles en las que se puede escribir con un puntero (o con la uña, como juro que he visto a alguna), y para darle al internet, hay
software (mira por donde, criticando a unos que su lengua no se adapta a los nuevos tiempos y nosotros usando palabras inglesas) que permite escribir en pinyin usando un teclado alfabético y cambia automáticamente al caracter que corresponda.

De momento he asumido que soy una analfabeta, lo que es bastante molesto, por cierto. Para comprar un litro de leche tengo que confiar en que alguna marca haya puesto una vaca en el paquete, o volverme a casa sin ella. Me compre un cupón de recar
ga para el móvil, y para poder usarlo me tuve que meter en un bar y pedirle ayuda al camarero (había que verme, con el móvil en una mano y el cupón en la otra y diciendo Mi no entender esta cosa). Conseguí abrir una cuenta en el Bank of China, pero como todos los papeles que firmé están en chino, me da pánico quedarme en números rojos, por si en alguna parte pone que se pueden quedar con mis órganos...

Cada día me gusta más este país.

sábado, 25 de octubre de 2008

UNA LUZ BLANCA AL FINAL DE UN TÚNEL

Ahora que llevo casi un mes yendo a clases de lengua y cultura chinas, me siento con suficiente conocimiento de causa como para decirlo: el chino es difícil. Muy difícil. Dificilísimo. Horrible.
En la puerta de mi academia, en vez de "Wellcome", tendrían que haber copiado a Dante y poner eso de "Abandonad toda esperanza, vosotros que entrais". De hecho, estoy segura de que si Dante hubiese vivido en nuestro siglo, en alguno de los círculos del infierno habría puesto una clase de chino.

Llamadme exagerada, pero si hace un mes me hubieran dicho que se puede sudar, literalmente, estudiando un idioma, me hubiera reído. Ahora que sé que también se pueden tener calambres en la lengua, hubiera preferido seguir en mi ignorancia, y que me hubiesen destinado a... que sé yo, Afaganistán o Arabia Saudí.

Y vale que soy de natural un poco exagerada, pero esta vez no soy sólo yo: nunca había oído a un profesor decirme "Tranquila, si nosotros tampoco somos capaces de pronunciar correctamente esta palabra". No sé si es verdad o lo dicen sólo para animarnos, pero os digo otra cosa, el primer día que pasé en la academia me dió un poco de claustrofobia el que ninguna de las aulas tuviera ventanas. Un mes más tarde entiendo que es para que nadie tenga la tentación de tirarse por ellas (y no me refiero solo a los alumnos).

Para empezar, la pronunciación. En chino, casi todos los sonidos se pronuncian con la lengua en la mitad de la boca. Es decir, que tienes que hablar como si estuvieras intentando despegarte un caramelo que se te hubiera quedado pegado en el cielo del paladar - de ahí los calambres, que empiezan en cuanto dices tres palabras seguidas. Y estos son los sonidos que oigo, que son algo así como la mitad. El resto ni siquiera los distingo. Aquí podeis oír algunas frases básicas, y ver que no exagero.

Además, el chino es un idioma tonal. Como es una típica conversación de bar, supongo que todos sabemos más o menos en qué consiste que una lengua sea tonal, pero os lo resumo por si acaso:
El chino tiene cuatro tonos, y un tono neutro (lo sé, a mi también me parece absurdo), y del tono depende el significado de la palabra. El primer tono es agudo y sostenido, como el ayyyyyyyy de una canción flamenca. El segundo es es ascendente, como en una pregunta. El tercero es ascendente-descendente, y no sé cómo suena porque aún no he conseguido pronunciarlo. El cuarto es descendente (la voz pasa de aguda a grave), y suena como con asco, como la a de esa en "Mira a la guarra esa".
Pero mejor os lo explico con un ejemplo de cómo son mis clases:

-Laoshi (profesora): Repite conmigo, Wo yao mai hua (Traducción: Quiero comprar unas flores).
-Xuesheng (estudiante): Wo yao mai hua. (Necesito vender unas palabras).
-Laoshi: Hmmmm. Creo que tienes una dificultad con los tonos. A ver: Wo wang mama (Le pregunto a mi madre).
-Xuesheng: Wo wang mama (Le doy un beso a los caballos).
-Laoshi (mirándome con cara de "En mi pueblo a la gente como tú la encadenamos a la pata de la cama y no les dejamos ver jamás la luz del sol"): Vamos a intentarlo con una palabra, tang (azúcar).
-Xuesheng (sudando): Tang (sopa).
-Laoshi: Mejor te dicto y tu escribes. A ver, Ni you yi ben shu (tengo un libro).
-Xuesheng (tirándose al suelo en posición fetal): ¡Quiero que venga mi mamaaaaaaaaaaa!

Y así, todos los días, durante tres horas. El horror, el horror.

Otra característica del chino que lo hace particularmente difícil es la gramática, que a veces parece diseñada por Homer Simpson: en chino no hay artículos, las palabras no tiene género ni diferencian el singular y el plural; los verbos tampoco se conjugan, ni tienen forma de pasado o futuro, son siempre igual, y como no existe una palabra para decir si o no, para contestar hay que repetir el verbo. Por ejemplo: Ni yao yi pin pijou ma? (Literalmente: ¿Tu querer una botella cerveza?), se responde: Yao o bu yao (Querer/ no querer).

Seguro que estareis pensando, pero qué agonías es esta chica, un idioma en el que no te tienes que aprender listas y listas de verbos irregulares, qué cosa más fácil. Claro, porque no sabeis que, a falta de verbos que nos amarguen la vida, el chino tiene una cosa maravillosa que no tiene equivalente en castellano, ni en ninguna lengua hablada por personas civilizadas: los clasificadores. La mejor definición de qué es un clasificador la dió uno de mis compañeros de clase: "De repente en mitad de la frase aparece una palabra que no aporta nada, ni significa nada, pero que hay que poner". Exactamente eso.

Los clasificadores se ponen cada vez que especificas una cantidad. Por ejemplo (cuantos ejemplos, estoy didáctica hoy): Zhe shu (este libro) no lleva clasificador (zhe, este, y shu, libro), pero yi ben shu (un libro) sí lo lleva: yi (uno) ben (clasificador) shu (libro).

Como espero que os hayais imaginado ya, en chino hay, contando así por lo bajo, unos trescientos mil clasificadores diferentes, en función del tipo de nombre al que acompañen. En teoría, objetos con características similares llevan el mismo clasificador. Por ejemplo, los gatos y perros tienen un clasificador distinto de los tigres y las vacas (animales grandes/ animales pequeños). Las casas, las tiendas y los restaurantes también tienen un clasificador propio, y los hospitales y las escuelas otro (la distinción parece que es edificios donde es agradable estar versus edificios en los que sólo entras forzado).

Aunque la lógica por la que los chinos consideran que dos objetos se parecen, o no, casi siempre escapa a mi comprensión. Veámoslo con otro ejemplo sacado de mi día a día en clase:

-Xuesheng (hechando espuma por la boca después de dos horas y media de tortura): Putongghua hen nan (el chino es muy difícil). Wo yao ou dao pou woda mai (Quiero un cuchillo para cortarme las venas).
-Laoshi (sin despeinarse): Me parece una idea estupenda, pero has usado el clasificador para "herramientas que se manejan con las manos", y "cuchillo" va con el clasificador de "herramientas que se sostienen con el puño cerrado".

Y así hasta el infinito.

Aprovecho para añadir, por si no os habiais dado cuenta, que es toda una profesional, mi laoshi. Claro que es de Harbin, en el extremo norte de China, donde están bajo cero todo el año y la gente come carne de perro. Al lado de eso, pasar tres horas encerrada con tres personas que pasan de la risa al llanto mientras balbucean incoherencias tiene que parecerle un paseo.

Volviendo al tema que nos ocupa, otro ejemplo: fen se aplica a los periódicos, y zhang a las hojas de papel. Por alguna razón que mi cerebro de occidental no logra entender, fen también sirve para las rebanadas de pan, las mesas y las caras de las personas, y zhang para los mapas, los menús de los restaurantes y los puestos de trabajo (esto no se lo explica ni la profesora). Lo de las caras es un poco más fácil de ver, porque los chinos entienden que tienen la cara plana, como una mesa camilla, pero aún así...

Aunque en la vida siempre queda un rayo de esperanza, que en nuestro caso ha venido gracias a GE, la palabra que ha salvado más vidas que la penicilina, evitando suicidios en masa entre los estudiantes de chino. Ge, alabado sea, es un clasificador genérico, que se puede usar con todo. Por supuesto, está mal usado, pero sirve para que te entiendan y evita que mueras de hambre y sed ante la barra de un bar cual Tántalo postmoderno.

Una cosa positiva de toda esta tortura es que, como todas las experiencias traumáticas, une. Vosotros, como no lo estais sufriendo, no podeis entender lo reconfortante que es conocer a alguien y, después de las presentaciones de rigor, hacerle LA PREGUNTA. ¿Hablas chino?. Si te dice que sí, os abrazais entre lágrimas, tú diciendo, "Tengo mucho miedo", y él dándote palmaditas en la espalda, "Tranquila, todos hemos pasado por esto".

Dicen va por fases, y que después de la angustia, la negación y la ira, acabas por asumirlo y ya no parece tan duro ni tan difícil. Espero que sea pronto, porque uno de mis compañero de clase ya no suda, ni llora, ni se rie. Se queda las tres horas balaceándose en su silla de adelante hacia detrás mientras murmura "Sin tonos no hay dolor, sin tonos no hay dolor". La profesora dice que es una reacción normal, pero empieza a preocuparnos un poco, la verdad.

Y para acabar por hoy, comentaros que en chino "comprender" se dice mingbai, que literalmente significa "luz blanca". Unos compañeros de la escuela me han dicho que es porque, cuando te mueres, vas a un lugar maravilloso en el que sabes hablar chino.

sábado, 18 de octubre de 2008

EN EL FUTURO, TODOS VIVIREMOS EN CENTROS COMERCIALES

Shanghai es un lugar curioso, en el que puedes subir en un taxi y pedirle al chófer que te lleve a la Plaza del Pueblo, indicándole que te deje frente al concesionario de Ferrari; o al de Mercedes, que está en la esquina opuesta, o al de BMW, porque las tres escuderías se pelean por la atención de los paseantes, que prefieren quedarse embobados viendo las pantallas gigantes en las que NIKE anuncia su filosofía de vida (con actores asiáticos, eso sí).

Aunque el precio no sea un problema, un coche, aunque sea de lujo, abulta demasiado en la maleta, así que también le puedes decir al taxista que te deje en la puerta de una tienda de Gucci, de Prada o de Cartier. Y después de sortear a los cientos de vendedores que ofrecen relojes falsos y juguetes de plástico, puedes recuperar fuerzas con un par de brochetas de algas fritas y tentáculos con cinco especias: para recordar que estamos en China. Pero aviso que no sé de qué animal son lo tentáculos, supongo que de calamar, aunque tal como está el medio ambiente por aquí igual son tentáculos de pollo...

Y con el estómago lleno, es el momento de dar un paseo por Nanjing Lu, la calle comercial más grande del mundo, y disfrutar de la curiosa experiencia de salir de un centro comercial, cruzar la calle, y entrar directamente en otro, y así durante manzanas y manzanas dedicadas sólo a las tiendas de lujo, los hoteles de cinco estrellas y las oficinas. Porque los shanghaineses han descubierto que una cosa no impide la otra, y han creado un curioso ecosistema en el que las oficinas brotan de los centros comerciales como las torres de los castillos medievales. Es una sensación curiosa, atravesar un centro comercial cada vez que vas a trabajar, sobre todo porque casi todo lo que hay en los escaparates cuesta lo que gano en un mes. Claro que, como todavía hay clases, también puedo irme a Pudong, a tomar una cerveza viendo toda la ciudad desde el último piso de un rascacielos, y pagar por ella lo mismo que cobra una ayi (asistenta) por un día entero de trabajo.

Debo decir, por cierto, que Shanghai, como ciudad, es horrorosa. Y como casi todas las cosas feas, gana mucho de noche. Lo cual es una suerte, porque como dice un refrán chino: "En Sinjian, la lluvia. En Hanzhou, la niebla. En Shanghai, la noche." Que, muy en la mentalidad china, no se refiere a que sea lo mejor de cada sitio, sino a lo que hay. Como China es una nación unida, todos nos rejimos por el horario de nuestra gloriosa capital. Lo que hace que aquí amanezca alrededor de las cinco, y anochezca sobre las seis, casi todo el año. No está tan mal, teniendo en cuenta que en otras provincias amanece a las tres de la mañana.


Sin duda, esta ciudad mejora mucho por la noche.

Y los bares tampoco están mal, ¡aunque no hay que acercarse demasiado a la barra!


En parte, Shanghai es tan fea porque no tiene casi nada antiguo. Hay barrios que tienen su encanto, como la Concesión Francesa o el Bund, el paseo por el río, levantados durante el periodo en el que Shanghai sufrió la opresión imperialista de las malvadas potencias europeas. Son edificios construidos por gente que no veía la arquitectura como un combate de pressing catch entre el hormigón y la ley de la gravedad, lo que es un respiro frente a las torres inmensas que ocupan el resto de la ciudad. Y que son feas, insisto.

Una calle del Viejo Shanghai, por supuesto llena de tiendas para turistas

Con unas compañeras frente a la entrada de los Jardines del Jade: plástico y falso histórico en todo su esplendor. ¿Y qué pinta el dinosaurio?


Menos mal que dentro no han metido la zarpa. Merecen la pena las colas para entrar en los Jardines.



Shanghai es una ciudad muy futurista, pero es un futuro que tiene algo de post-apocaliptico, en el sentido de que parece agotada, como si después de guerras, catástrofes y plagas, al fin hubiera vuelto la calma, y la humanidad se dedicase simplemente a dejar pasar los días, esperando a que se apague el sol. Los rascacielos están sucios por la polución, y muchos tienen un aspecto muy envejecido, lo que, al principio, parece una contradicción: ¿un rascacielos viejo? Pues si. El agua del grifo no es potable, por supuesto, y si la contaminación del aire se hace más intensa, pronto no podremos salir a la calle; de hecho, mucha gente va por la calle con mascarillas, a juego con su ropa o con dibujos de Hello Kitty. Tenemos el edificio más alto de Asia, el Shanghai World Financial Center, más conocido como el Abrelatas, pero la contaminación es tan densa que a menudo es más fácil verlo de noche, cuando está iluminado, que durante el día, cuando la ciudad entera está envuelta en una especie de niebla tóxica.

Aquí no se aprecia su forma en todo su esplendor, es que la foto es de flikr. En cuanto el tiempo lo permita le haré una en la que se vea mejor.

Aquí la gente sale con paraguas para protegerse del sol, van a cenar o al supermercado en pijama y chanclas (lo juro), y no hay pájaros en el cielo (me dicen que no los hay en toda china). Tampoco hay ratas, afortunadamente, aunque te puedes encontrar con cucarachas correteando por el suelo de un piso 33 (esto también lo he visto). La única forma que se me ocurre de que hayan llegado hasta allí es que ni siquiera hayan llegado a pisar el suelo, que hayan nacido y crecido por entre los cables y el hormigón. Me dan hasta pena, pobrecillas... y pánico me da pensar lo que puede crecer en las alcantarillas de esta ciudad, seguro que los cocodrilos albinos de Nueva York son lagartijillas al lado de lo que se debe estar criando bajo nuestros pies.

El tráfico es un atasco perpetuo, incluso en el carril-bici, y en el centro hay atasco hasta llendo a pie, aunque no es una ciudad agobiante. Los conductores no conocen código de circulación alguno, ni temor de Dios, pero casi nunca tienes la sensación de que nadie tenga prisa por llegar a ninguna parte. Además, si vas en taxi puedes distraerte viendo anuncios en la pantalla que todos llevan encajada en el reposacabezas del copiloto. La mayoría, además, son táctiles, así que puedes escoger qué marca prefieres que te venda sus productos... Yo me sé de memoria ya el catálogo otoño-invierno de Zara (y además puedes escoger en qué color te gusta más cada prenda). Claro, que será por publicidad: puedes ver anuncios en las pantalla que hay en la mayoría de los ascensores (sí, también en los de las casas), o adornando las fachadas de los edificios.

No sorprende que haya tanta publicidad por todas partes, viendo que en las calles de Shanghai sólo hay sitio para los negocios: tiendas, restaurantes, supermercados, centros comerciales. Eso es todo. Apenas hay zonas verdes, y como las casas no dan directamente a la calle, tampoco hay portales, sino rampas con garitas de guardias de seguridad. Aquí todo el mundo vive en compounds, urbanizaciones de bloques de apartamentos que comparten un control de seguridad y una cantidad de césped directamente proporcional al precio de los alquileres en ese compound. De vez en cuando ves algún gato tomando el sol sobre el césped, o a un vecino paseando al perro en pijama.

Tampoco hay templos, iglesias, ni mezquitas. O casi. Hay dos templos budistas: el del Buda de Jade, que tiene una taquilla en la entrada y una gran placa advirtiendo en inglés y chino que, seas turista o vayas a rezar, hay que pasar por caja, y el de Jing'an, que está dentro de un centro comercial. También hay una catedral católica, pero que yo sepa no tiene servicios religiosos, sólo sirve como fondo para que las parejas de novios se saquen fotos. Aunque los tuviesen, no creo que pudiesen anunciarlos (el proseletismo es delito), y en teoría tampoco podrían dar la misa en latín, porque los ciudadanos chinos no tienen permiso para acudir a actos religiosos en lenguas extranjeras: y es que, aunque es fácil olvidarlo, estamos en un país comunista.

Menos mal que el opio del pueblo era la religión, porque si llega a ser el consumismo, no sé qué habría sido de esta ciudad.

viernes, 3 de octubre de 2008

DUÉRMETE NIÑO, O VENDRÁ EL JET-LAG

Ayer llegué a Shanghai. Me vais a perdonar que no os hable todavía de cómo es la ciudad, pero es que después de las 22 horas de viaje, todavía estoy bajo los efectos del estrés post-traumático. Y necesito hablar de ello para superarlo.

Todo empezó a las cuatro y media de la mañana, una hora a la que claramente no vas a hacer nada bueno ni ir a ningún sitio agradable -así, a bote pronto, sólo se me ocurren como posibles destinos el hospital, el patíbulo, o el aeropuerto. Después un montón de gente en uniforme se dedicó a ordenarme que hiciese cosas y les enseñase papeles: DNI, tarjeta de embarque, abra la mochila, descálcese, sáquese el cinturón, muéstreme los líquidos que lleva, explíqueme qué es esto, y esto otro, separe los brazos, pasaporte, ¿tiene visado?, etc. Y yo allí, a las mil y pico de la mañana, atravesando máquinas extrañas que si pitan, significa que tienes un problema, -igualito que en las series de médicos-, y dejando que me cacheasen mil veces, como si no se diesen cuenta de que, a según qué horas, a todos se nos pone cara de terrorista. Por su seguridad, dicen... Yo creo que lo hacen para que te vayas haciendo a la idea de que te espera una experiencia desagradable. Porque después de todo eso, tuve que embutirme en un asiento minúsculo, rodeada por una señora obesa y un caballero que ronca desde antes de que despegue el avión, y justo detrás de un niño con problemas de conducta -bueno, el problema más bien lo tienen sus padres- que alternó llantos y gritos durante todo el viaje. A veces me pregunto si estarán en nómina de la compañía, porque en todos los vuelos del mundo están estos personajes.

Total, que me resigno, y empiezo el kamasutra del viajero low-cost. Que básicamente, consiste en retorcerse en el asiento e ir cambiando de postura a medida que se te van durmiendo las extremidades y te empiezan a doler huesos y músculos que hasta entonces no te habían servido para nada útil. Y, si de casualidad consigues dormirte, ahí están las azafatas, acechando para despertarte poniéndote debajo de las narices una bandeja con blandiblub rebozado en curry. Creedme, si la comida de los restaurantes chinos os parece mala, Dios quiera que no tengais que probarla a 5.000 km de altura.

Llamadme paranoica, pero estoy convencida de que hacen los aviones incómodos y la comida infecta a propósito, para que estés demasiado ocupado sufriendo como para reflexionar sobre lo absurdo que resulta que una masa de metal con 428 personas dentro pueda elevarse por el aire. Y además, cuando aterrizas ya te da lo mismo lo que le haya pasado a tu maleta. Yo por lo menos, ya me daba por satisfecha con que no me requisasen la botella de ron del duty-free -que casi nos cuesta perder el vuelo, por cierto, la señorita de megafonía desgañitándose, "última llamada para los pasajeros del vuelo etc..." y nosotros discutiendo si comprar ron o whysky, y es que en la vida hay que tener claras las prioridades.

Total, que después de todo aquí estoy, pero todavía no sé qué decir. En un par de días os cuento.

martes, 30 de septiembre de 2008

EL AÑO DE LA RATA QUE ABANDONA EL BARCO

Mientras escribo esta primera entrada Lolita, mi gata, frota sus mejillas por las esquinas de mi portátil. Se diría que le ha cogido un repentino cariño, pero en realidad lo está marcando como parte de su territorio. De vez en cuando hace lo mismo conmigo, y con las visitas que se quedan el tiempo suficiente como para que les pierda el miedo. Unos animales adorables, los gatos.

Lolita es, técnicamente, mi mascota, pero desde hace años vive en casa de mis padres porque mi vida errante me impide ocuparme de ella. Y el ordenador en el que escribo, aunque está programado para reconocer mis huellas dactilares, no es mío, sino un préstamo de mi hermano. Sin embargo, la maleta que espera en la habitación donde duermo -que, lo habeis adivinado, tampoco es la mía- sí que me pertenece. Es una samsonite rígida, de color verde oscuro, y durante estas últimas noches, en las que me cuesta horas quedarme dormida, la veo en la penumbra, acechando al lado de mi cama como una de las vainas de La invasión de los ladrones de cuerpos. La privación de sueño es lo que tiene, que te hace perder el contacto con la realidad y, todo hay que decirlo, el pensamiento racional nunca ha sido mi fuerte.


Así me paso las noches, dando vueltas sobre el colchón y mirando de reojo el bulto inmóvil, hasta que sale el sol y recupero la lucidez. No hay ningún clon maligno -ya quisiera yo tener el tamaño como para caber dentro de la maleta, o de unos pantalones de la 36, si vamos a eso-, se acabó la Guerra Fría, el telón de acero, el gulag y los soviéticos con cuernos y rabo. China se ha convertido al progreso y al desarrollo económico,los arrozales y los búfalos de agua han dejado paso a los rascacielos y los Mercedes. Todos hemos visto las fotos de la Perla de Oriente, ese rascacielos de forma absurda a orillas del río:





China es un país extraño, al menos para mí. Es el imperio del futuro, de eso estoy cada día más convencida, pero no sé apenas nada sobre ella -más o menos, lo que se puede leer en la entrada de la wikipedia. Aunque he leído mucho sobre el país estos últimos días, no he sacado en limpio mucho más de lo que sabía: que hasta hace poco les vendaban los pies a las mujeres, una práctica que las convertía en tullidas durante toda su vida; que levantaron una muralla inmensa que no les sirvió para impedir la invasión de los mongoles; que inventaron casi todo lo que conocemos, la imprenta, el papel, la pólvora; y que un día hubo una gloriosa revolución y, ejem, China se convirtió en una feliz sociedad comunista -ya he dicho que a mi no me gusta criticar, y además es una actividad que en este país se aprecia más bien poco, no sé si me explico.

Claro que a falta de información, y como buena española, puedo tirar de prejuicios. 24 horas antes de meterme en un avión rumbo a Shanghai, debería pensar que:

-Sus ritos funerarios consisten en convertir al difunto en chop-suey.
-Después de la carne de abuelo, su principal fuente de proteinas es el gato -¿he dicho ya que Lolita no se viene conmigo?.
-Escupen y fuman en cualquier parte, y se diría que disfrutan convirtiendo todo lo que les rodea en un estercolero. Aunque no huelen mal, de eso se ocupan los negros -se ve que ese concepto tan capitalista de división del trabajo también rige los prejuicios.
-El tamaño de sus genitales es inferior a la media, lo que además explica la pasión de los asiáticos por la tecnología diminuta -¿y qué explica la de los españoles por la construcción y el tráfico de maletines? Será porque estamos también a la cabeza en operaciones de cirugía plástica y recurso a las señoritas de visa sí...

Esto último no sé si será verdad -y ahorraos los comentarios sobre si lo voy a descubrir, que este blog también lo lee mi Mamá-, pero más nos valdría, porque me dá que en breve nos van a poner mirando a Pekín, o Beijing, como se dice ahora. Y más viendo la que tenemos liada estos días en Occidente, con los bancos quebrando, la mano invisible que no aparece, las Casandras de turno augurando que el petróleo se convertirá en sangre y la cólera del Euríbor se abatirá sobre nosotros, y Bush II lidiando con su propio partido porque se resisten a creer que el Mercado sea incapaz de regularse por sí mismo. Mientras, los gobiernos europeos exigen que EEUU haga algo para arreglar la debacle que ha provocado. Como si fuese a servir para algo... Ladran, luego cabalgamos, que decía el otro.

Mientras, China ha bajado sus previsiones de crecimiento -¡oh, catástrofe!- del 10,5% a sólo el 9,5%. Es decir, que si mantienen este ritmo, en unos 10 o 12 años su economía será el doble de lo que es ahora. No sé cómo verán la crisis que se cierne sobre Occidente, pero no creo que tengan muchos motivos para preocuparse. En los últimos veinte años, China ha logrado la hazaña de sacar de la pobreza a 500 millones de personas. La esperanza de vida media es ya de 75 años, no muy lejos de la de España. No está mal para un país que todavía está en vías de desarrollo - uno de los pocos a los que les viene bien esta expresión, porque de verdad se está desarrollando.
Por cierto, estamos en el año de la rata, un simpático roedor que cuenta entre sus méritos el haber traído a Europa la peste bubónica. Esa que mató a uno de cada cuatro europeos allá por la Edad Media. ¿Adivinais de qué país llegó? Vino con la seda, el opio y las especias, recorriendo Asia Central con las caravanas de comerciantes y en las bodegas de los barcos que llegaban desde los puertos del Lejano Oriente.

Los chinos creen que las personas nacidas bajo el signo de la rata son inteligentes, enérgicos, decididos. Unos supervivientes natos que disfrutan de los placeres sensuales y viven el presente. No suena mal.