En los mercados no hay mucha diferencia entre que el bicho en cuestión esté ya procesado o todavía vivo. Únicamente, que la carne muerta tiene que estar refrigerada y en un sitio razonablemente limpio, mientras que la que aún respira puede esperar sobre la acera.
En las tiendas de mascotas, tratan con más cuidado a los paquetes de pienso, (porque si se rompen o se aplastan no los compraría nadie), que a los animalitos, que se hacinan en jaulas oxidadas unos encima de otros (y que además así dan más pena, y por tanto más ganas de llevártelos a casa). Los pájaros cantores y los grillos, que aquí son muy populares (pero como objetos decorativos), también pasan toda su vida encerrados en jaulas minúsculas o en botes de plástico (pinchando en las fotos podeis verlas en detalle, que los grillos son bien bonitos).
En parte es lógico que el bienestar de los animales no sea una preocupación, porque hasta hace muy poco tiempo China era una sociedad de campesinos (hoy día sólo el 40% de su población activa trabaja en el campo) que tenían que pelearse con un entorno árido y estéril. El paisaje chino está mucho más cerca de los desiertos y estepas de Asia Central que de los arrozales y búfalos de agua de Indochina; de hecho, menos del 15% de todo el territorio es apto para el cultivo. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que hay que alimentar aquí, y las penalidades que han tenido que soportar, sorprende que aún sean capaces de guardar algo de sensibilidad hacia la naturaleza.
Aunque si tuviese que elegir una imagen, creo que esta redime a toda la población china de su compleja relación con los animales:
Está sacada en el Templo del Buda de Jade. Como en muchos templos budistas, hay un estanque con peces que los creyentes pueden alimentar, para acumular mérito (es decir, que se portan bien con los pececillos para compensar las maldades que hayan estado haciendo por ahí). Por algún motivo que desconozco, siempre escogen la especie de peces más fea posible. En el Sur de Asia suelen ser peces gato, que los devotos ceban hasta que alcanzan el tamaño de focas monje; aquí en China los elegidos son estas carpas de colores, que visto lo visto no se quedan atrás en capacidad de engorde.
El caballero de la imagen no sólo se atrevió a meter la mano en el agua donde nadaban estos engendros (todavía no me explico que no se la arrancasen a mordiscos), sino que además les acariciaba la cabeza y las agallas con tal ternura que por un momento pensé que se iban a poner a ronronear.
Si es que en el fondo, no son tan malos.
PD: Por si os estais preguntando por qué mis compañeros y yo hacemos tai chi (que por cierto en pinyin se escribe tai qi), forma parte del programa de clases de lengua y cultura china que seguimos. A mi no me entusiasma y al principio no le veía la relación entre aprender mandarín y estar dos horas dando puñetazos en cámara lenta mientras un corro de chinos nos observan y nos sacan fotos. Ahora veo que sí la tiene: después de cinco semanas, estoy tan acostumbrada a hacer el ridículo en público que no me da vergüenza practicar las cuatro frases que he aprendido.
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