viernes, 14 de noviembre de 2008

EL REINO ANIMAL PINTA POCO EN UNA REPÚBLICA

En un post anterior comenté que no hay pájaros en el cielo de Shanghai, y debo rectificar. Haberlos haylos, aunque es difícil verlos. Tanto que he tardado un mes en enterarme de que en el parque en el que voy a hacer tai-chi con mis compañeros hay una pequeña colonia de mirlos. Se les oye gorjear entre los árboles, pero hasta que no vimos a uno posado en una rama estabamos convencidos de que el sonido venía de algún altavoz colocado para dar ambiente. Y es que en esta ciudad los pájaros le tienen semejante pánico a los miembros de nuestra especie que se mueven con una técnica digna de un comando guerrillero. Para coger unas migajas de pan del suelo, los gorriones se comportan como halcones, lanzándose en ráfagas a recoger lo que pueden y dispersándose luego entre los árboles.

Hacen bien en desconfiar, porque China no es precisamente un ejemplo a seguir en respeto a los animales. Para los chinos, el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta no son más que materias primas o bienes de consumo, así que aquí todos reciben el tipo de trato que en Occidente reservamos normalemente sólo al marisco, los toros y alguna que otra cabra.

En los mercados no hay mucha diferencia entre que el bicho en cuestión esté ya procesado o todavía vivo. Únicamente, que la carne muerta tiene que estar refrigerada y en un sitio razonablemente limpio, mientras que la que aún respira puede esperar sobre la acera.

En las tiendas de mascotas, tratan con más cuidado a los paquetes de pienso, (porque si se rompen o se aplastan no los compraría nadie), que a los animalitos, que se hacinan en jaulas oxidadas unos encima de otros (y que además así dan más pena, y por tanto más ganas de llevártelos a casa). Los pájaros cantores y los grillos, que aquí son muy populares (pero como objetos decorativos), también pasan toda su vida encerrados en jaulas minúsculas o en botes de plástico (pinchando en las fotos podeis verlas en detalle, que los grillos son bien bonitos).

En parte es lógico que el bienestar de los animales no sea una preocupación, porque hasta hace muy poco tiempo China era una sociedad de campesinos (hoy día sólo el 40% de su población activa trabaja en el campo) que tenían que pelearse con un entorno árido y estéril. El paisaje chino está mucho más cerca de los desiertos y estepas de Asia Central que de los arrozales y búfalos de agua de Indochina; de hecho, menos del 15% de todo el territorio es apto para el cultivo. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que hay que alimentar aquí, y las penalidades que han tenido que soportar, sorprende que aún sean capaces de guardar algo de sensibilidad hacia la naturaleza.

Y es que yo no creo que sea tanto crueldad como falta de consideración, porque algunos bichitos, sin dejar de cumplir algún tipo de función, sí que reciben un trato razonablemente bueno. Por ejemplo, los gatos, que aquí campan a sus anchas en los restaurantes, las tiendas y los museos (según me han explicado, las ratas shanghainitas han salido cultas, y les gusta comerse los marcos de las pinturas), como una forma barata y eficaz de mantener ratas y ratones a raya. Allí donde hay un gato suele haber también un par de chinos acariciándole y haciéndole fotos. Aunque luego los tengan todo el día como a este pobre, que por las noches se ocupa de desratizar la tienda donde compro los baozis del desayuno.

O los perros, que se han convertido en la mascota preferida de la clase media, y que los shanghainitas compran siguiendo la misma lógica que se aplica en España a los abrigos de pieles. Es decir, cuanto más caro sea y más se note, mejor, porque son ante todo un símbolo de estatus. Lo que, combinado con el, digamos, peculiar sentido del gusto de los chinos, hace que por las aceras de Shanghai se paseen los perros más feos de la tierra. Pequineses, pomeranios, y otras razas decorativas que probablemente sirvieron de inspiración al guionista de Los Gremlins asoman la cabeza desde los bolsos de Gucci de sus dueñas, y en los parterres de los compounds (habría que ser muy valiente para sacar un perro a las aceras de esta ciudad) bulldogs franceses embutidos en vestidos ridículos (que, con lo que se ve en este país, es mucho decir) se pelean con collies que podrían dedicarse a anunciar champú. Lo que más abunda, como sería de esperar en este país, son los caniches, que cada día me sorprenden (bueno, ellos no, pobrecitos, sus dueños) llevando un poco más allá los límites del mal gusto y lo hortera con sus vestidos y peinados.

Aunque si tuviese que elegir una imagen, creo que esta redime a toda la población china de su compleja relación con los animales:


Está sacada en el Templo del Buda de Jade. Como en muchos templos budistas, hay un estanque con peces que los creyentes pueden alimentar, para acumular mérito (es decir, que se portan bien con los pececillos para compensar las maldades que hayan estado haciendo por ahí). Por algún motivo que desconozco, siempre escogen la especie de peces más fea posible. En el Sur de Asia suelen ser peces gato, que los devotos ceban hasta que alcanzan el tamaño de focas monje; aquí en China los elegidos son estas carpas de colores, que visto lo visto no se quedan atrás en capacidad de engorde.

El caballero de la imagen no sólo se atrevió a meter la mano en el agua donde nadaban estos engendros (todavía no me explico que no se la arrancasen a mordiscos), sino que además les acariciaba la cabeza y las agallas con tal ternura que por un momento pensé que se iban a poner a ronronear.

Si es que en el fondo, no son tan malos.

PD: Por si os estais preguntando por qué mis compañeros y yo hacemos tai chi (que por cierto en pinyin se escribe tai qi), forma parte del programa de clases de lengua y cultura china que seguimos. A mi no me entusiasma y al principio no le veía la relación entre aprender mandarín y estar dos horas dando puñetazos en cámara lenta mientras un corro de chinos nos observan y nos sacan fotos. Ahora veo que sí la tiene: después de cinco semanas, estoy tan acostumbrada a hacer el ridículo en público que no me da vergüenza practicar las cuatro frases que he aprendido.

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