viernes, 21 de noviembre de 2008

CAMINAMOS HACIA EL FUTURO POR EL MEDIO DE LA CARRETERA

Hoy se cumplen ocho semanas desde que adquirí mi flamante bicicleta, tiempo suficiente para transportar en ella una tabla de planchar, con su plancha, un edredón sintético (en línea con el país) y otro de pelo de camello (sin comentarios), una vajilla completa, un wok, dos cajas de vasos tamaño pinta, y suficientes cervezas como para hacer una línea que llegase a Madrid (y probablemente volviera). Incluso he llevado a un compañero de trabajo un día en las tsintaos y la pereza de ir a pie al próximo bar le habían alterado la percepción del riesgo lo suficiente como para subirse conmigo. Si tenía él más confianza que yo, casi parecía que me estaba dando una clase de parto sin dolor, yo con los nudillos agarrotados en torno al manillar, y él a mis espaldas dándome ánimo, "Tranquila, respira hondo y sigue, que es más fácil de lo que parece".

Pero todavía me queda mucho camino por recorrer hasta llegar al nivel que tienen mis convecinos shanghainitas cuando se trata del manejo de vehículos a motor en general, y bicicletas en particular. Por el momento, me he comido un seto, he atropellado a un perro (galgo, para más señas), y me he caído de la bici dos veces, la segunda dejando suficiente ADN sobre el asfalto como para que, con la ayuda de nuestro aire limpio y cristalino, se me esté criando una gemela mutante en algún rincón. De hecho, últimamente me fijo más en las caras de la gente con la que me cruzo, por si veo a alguien que se me parezca.

Luego direis que exagero, pero el tráfico y la contaminación son tan terribles en esta ciudad que el gobierno (Shanghai no tiene Ayuntamiento, un pueblo de este tamaño no lo necesita, si ya nos dirigen dierctamente nuestros amados líderes) ha prohibido las motos de más de 125 cc. Para los coches, se las matrículas se venden al mejor postor en subastas periódicas. Si alguno está pensando en comprarse un coche para conducir aquí, que vaya preparando unos 9.000 US$ (sí, sí, nueve mil dólares americanos, no habeis leído mal), que es lo que le costará. El consuelo es que si se te pasa el impulso suicida y te arrepientes puedes revenderle la matrícula a algún otro inconsciente. No sé si está funcionando para disuadir a la gente, porque se ven muchísimos coches por las calles. Sí están consiguiendo que no todos lleven placas, y que los que lo hacen se crean que han comprado una patente de corso, y se pasen por el arco de triunfo las señales, los semáforos, y el sentido común, haciendo giros de 180 grados cuando les viene en gana, saltando de un carril a otro, y en general conduciendo como si estuvieran en un videojuego. Aquí no hay glorietas, y menos mal, porque el día que las pongan la población del país se va a reducir a la mitad. Aunque bien pensado, igual no era tan mala idea, en vez de las máquinas expendedoras de condones (gratis, ojo) que hay en cada esquina y hasta en las entradas de los compounds...

Aquí, dos auténticos profesionales del transporte a pedales

Pero sin duda, con 10 millones de unidades reconocidas, las bicicletas son las reinas de Shanghai. Darse una vuelta en hora punta es como ir al circo, donde el objetivo no es llegar a casa o a la oficina puntual, o entero, sino lograr el más difícil todavía. Aquí la gente aprovecha que está subido a la bicicleta para echarse un pitillo, hablar por el móvil y hasta envíar mensajes sms mientras se mete en dirección contraria por una avenida de cinco carrilles. He visto a una señora que llevaba a un niño dormido con la cabeza apoyada en el manillar de la moto (no creo que fuese hijo suyo,


porque con una madre así no hubiera sobrevivido a la etapa de gateo). Es una cosa curiosa, teniendo en cuenta que sólo les dejan tener un hijo, la alegría con la que padres/madres/abuelos/parientes varios suben a los niños a motos y bicicletas cochambrosas, metidos en asientos de alambre oxidado que parecen jaulas para pollos, que las ves y piensas, no me extraña que no se molesten en ponerle casco al niño, si total, como se haga un corte le va a dar un tétanos que no llega vivo al hospital.

Cuando llueve, es una estampa preciosa ver a las parejitas de novios en la bici, él sudando y jadeando como un perro, y la chati detrás, sentada en el portapaquetes, de lado, como una señorita, con los taconazos que me llevan todas las mujeres en este país a medio centímetro del asfalto, jugando con el móvil con una mano y con la otra sujetando un paraguas para que no se le moje Romeo. Y si no tienes chati que te proteja de la lluvia, pues meiguanxi, aquí no pasa nada, con una mano te llevas el paraguas tú mismo, y con la otra manejas la bici. ¿Que puedes atropellar a alguien? Muy probablemente, pero como aquí lo que sobra es gente...


¿Aceptamos siesta como deporte?


También hay que decir que, aunque la inmensa mayoría de los conductores aquí son del género psicópata, en cuanto llevas diez minutos subido a cualquier tipo de vehículo te dan ganas de ponerte a matar peatones, y no de atropellarlos, sino de matarlos a pellizcos, como dicen mis compañeros, que sufran, que se lo están buscando. Porque vamos a ver, señores, señoras, camaradas en general, hagan el favor de ir por la acera, que para eso está. Que yo entiendo que en hora punta, entre las obras, los puestos de venta de fruta y fideos fritos, los zapateros, mecánicos y mendigos que invaden las aceras, la gente tenga que meterse por el carril-bici o por el centro de la carretera. ¿Pero por qué lo hacen cuando no hay nadie en la calle? ¿Por qué se meten por el carril-bici con el carrito del niño o la silla de ruedas del abuelo? Y, si no les queda más remedio, al menos, no lo hagan de tres en fondo, ¿por qué no pueden ir en fila?

Yo no sé qué tienen las carreteras de esta ciudad que les da tanto gusto caminar por ellas. Será que les gusta el subidón de adrenalina, como a los australianos y yankees que van a España a que los cornee un toro en los sanfermines. Y es que no es sólo que se metan por el medio y medio y no se aparten por mucho que les avises de que vas (me está saliendo callo en el pulgar de darle al timbre, y esto tampoco es broma, aunque lo parezca), es que cuando pasas a su lado se apartan lo justo para dejarte pasar, vamos, que hay toreros que se arriman menos. A veces hasta te tocan el manillar o el cuadro, tal cual como el que le acaricia el cuerno al miura que acaba de pasar rozándole.

O, la versión que más me gusta, esa señora, o señorita, shanghainesa, con su maquillaje impecable a las 7 de la mañana, su cazadora de cuero fucsia de auténtica imitación de cocodrilo, y sus taconazos de 12 cm, que intenta llamar a un taxi desde la cera con un pie, uno solo, metido dentro del carril-bici, como si fuera una piscina y estuviera viendo qué tal está el agua. Señora o señorita, meta usted el piececito donde lo tiene que meter, o sea, en la acera, que yo estoy medio dormida y, como comprenderá, entre dejarla coja a usted o que me pase por encima un autobús, me quedo con la primera opción.

Que conste que no es por maldad ni por ánimo asesino (que a decir verdad, parecen los dos motivos principales de la mayoría de los conductores de por aquí): es una simple cuestión de supervivencia. Y es que aquí funcionamos como en la planta de urgencias de un hospital; se da prioridad al que más pupita tenga o, en nuestro caso, al que más pupita te pueda hacer. Es decir, que como prefiero que me atropelle una moto antes que un coche, el coche tiene prioridad. Y lógicamente, prefiero chocar contra un peatón antes que contra cualquier otra forma de vida de las que se encuentran en estas calles. Como he comentado en otros post, no hay perros, pájaros ni ratas por la calle, así que el peatón está al final de la cadena trófica.

Si es que yo no soy mala, es el tráfico que me ha hecho así.

viernes, 14 de noviembre de 2008

EL REINO ANIMAL PINTA POCO EN UNA REPÚBLICA

En un post anterior comenté que no hay pájaros en el cielo de Shanghai, y debo rectificar. Haberlos haylos, aunque es difícil verlos. Tanto que he tardado un mes en enterarme de que en el parque en el que voy a hacer tai-chi con mis compañeros hay una pequeña colonia de mirlos. Se les oye gorjear entre los árboles, pero hasta que no vimos a uno posado en una rama estabamos convencidos de que el sonido venía de algún altavoz colocado para dar ambiente. Y es que en esta ciudad los pájaros le tienen semejante pánico a los miembros de nuestra especie que se mueven con una técnica digna de un comando guerrillero. Para coger unas migajas de pan del suelo, los gorriones se comportan como halcones, lanzándose en ráfagas a recoger lo que pueden y dispersándose luego entre los árboles.

Hacen bien en desconfiar, porque China no es precisamente un ejemplo a seguir en respeto a los animales. Para los chinos, el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta no son más que materias primas o bienes de consumo, así que aquí todos reciben el tipo de trato que en Occidente reservamos normalemente sólo al marisco, los toros y alguna que otra cabra.

En los mercados no hay mucha diferencia entre que el bicho en cuestión esté ya procesado o todavía vivo. Únicamente, que la carne muerta tiene que estar refrigerada y en un sitio razonablemente limpio, mientras que la que aún respira puede esperar sobre la acera.

En las tiendas de mascotas, tratan con más cuidado a los paquetes de pienso, (porque si se rompen o se aplastan no los compraría nadie), que a los animalitos, que se hacinan en jaulas oxidadas unos encima de otros (y que además así dan más pena, y por tanto más ganas de llevártelos a casa). Los pájaros cantores y los grillos, que aquí son muy populares (pero como objetos decorativos), también pasan toda su vida encerrados en jaulas minúsculas o en botes de plástico (pinchando en las fotos podeis verlas en detalle, que los grillos son bien bonitos).

En parte es lógico que el bienestar de los animales no sea una preocupación, porque hasta hace muy poco tiempo China era una sociedad de campesinos (hoy día sólo el 40% de su población activa trabaja en el campo) que tenían que pelearse con un entorno árido y estéril. El paisaje chino está mucho más cerca de los desiertos y estepas de Asia Central que de los arrozales y búfalos de agua de Indochina; de hecho, menos del 15% de todo el territorio es apto para el cultivo. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que hay que alimentar aquí, y las penalidades que han tenido que soportar, sorprende que aún sean capaces de guardar algo de sensibilidad hacia la naturaleza.

Y es que yo no creo que sea tanto crueldad como falta de consideración, porque algunos bichitos, sin dejar de cumplir algún tipo de función, sí que reciben un trato razonablemente bueno. Por ejemplo, los gatos, que aquí campan a sus anchas en los restaurantes, las tiendas y los museos (según me han explicado, las ratas shanghainitas han salido cultas, y les gusta comerse los marcos de las pinturas), como una forma barata y eficaz de mantener ratas y ratones a raya. Allí donde hay un gato suele haber también un par de chinos acariciándole y haciéndole fotos. Aunque luego los tengan todo el día como a este pobre, que por las noches se ocupa de desratizar la tienda donde compro los baozis del desayuno.

O los perros, que se han convertido en la mascota preferida de la clase media, y que los shanghainitas compran siguiendo la misma lógica que se aplica en España a los abrigos de pieles. Es decir, cuanto más caro sea y más se note, mejor, porque son ante todo un símbolo de estatus. Lo que, combinado con el, digamos, peculiar sentido del gusto de los chinos, hace que por las aceras de Shanghai se paseen los perros más feos de la tierra. Pequineses, pomeranios, y otras razas decorativas que probablemente sirvieron de inspiración al guionista de Los Gremlins asoman la cabeza desde los bolsos de Gucci de sus dueñas, y en los parterres de los compounds (habría que ser muy valiente para sacar un perro a las aceras de esta ciudad) bulldogs franceses embutidos en vestidos ridículos (que, con lo que se ve en este país, es mucho decir) se pelean con collies que podrían dedicarse a anunciar champú. Lo que más abunda, como sería de esperar en este país, son los caniches, que cada día me sorprenden (bueno, ellos no, pobrecitos, sus dueños) llevando un poco más allá los límites del mal gusto y lo hortera con sus vestidos y peinados.

Aunque si tuviese que elegir una imagen, creo que esta redime a toda la población china de su compleja relación con los animales:


Está sacada en el Templo del Buda de Jade. Como en muchos templos budistas, hay un estanque con peces que los creyentes pueden alimentar, para acumular mérito (es decir, que se portan bien con los pececillos para compensar las maldades que hayan estado haciendo por ahí). Por algún motivo que desconozco, siempre escogen la especie de peces más fea posible. En el Sur de Asia suelen ser peces gato, que los devotos ceban hasta que alcanzan el tamaño de focas monje; aquí en China los elegidos son estas carpas de colores, que visto lo visto no se quedan atrás en capacidad de engorde.

El caballero de la imagen no sólo se atrevió a meter la mano en el agua donde nadaban estos engendros (todavía no me explico que no se la arrancasen a mordiscos), sino que además les acariciaba la cabeza y las agallas con tal ternura que por un momento pensé que se iban a poner a ronronear.

Si es que en el fondo, no son tan malos.

PD: Por si os estais preguntando por qué mis compañeros y yo hacemos tai chi (que por cierto en pinyin se escribe tai qi), forma parte del programa de clases de lengua y cultura china que seguimos. A mi no me entusiasma y al principio no le veía la relación entre aprender mandarín y estar dos horas dando puñetazos en cámara lenta mientras un corro de chinos nos observan y nos sacan fotos. Ahora veo que sí la tiene: después de cinco semanas, estoy tan acostumbrada a hacer el ridículo en público que no me da vergüenza practicar las cuatro frases que he aprendido.

lunes, 10 de noviembre de 2008

LAS TORTUGAS, EN EL PASILLO 7, SECCIÓN MARISCO

De todas las actividades cotidianas, hacer la compra es la que me hace sentirme más extranjera. Entrar en un supermercado y perderme entre pasillos y pasillos repletos de todas las combinaciones posibles de azúcar, cacao y grasas vegetales que tanto gustan a los irlandeses; o de quesos y botellas de vino con nombres de batallas medievales (Saint-Emilion, Côtes du Rhone) en Francia; o de panes con aspecto de ser comida para hamster en Alemania... O, allí donde las ventajas del márketing y la electricidad no han llegado todavía, pasear por un mercado sorteando cabezas de vaca ensangrentadas, racimos de plátanos amoratados y pilas de tubérculos que ni siquiera tienen nombre en castellano. Nada me recuerda tanto lo lejos que estoy de casa.

Y vive Dios que, en cuanto a exotismo a dos por uno, China se lleva el primer premio con muchísima ventaja. Empezando por la pasión nacional, el arroz, que aquí venden en recipientes adaptados a la escala del país:



Continuando con las carnicerías de tipo sírvase usted mismo, que aquí la higiene no es una prioridad:


Sin olvidar la sección de ... ¿pescadería? ¿anfibios? ¿reptiles y asimilados? Vosotros diréis:




Y es que a la gente en este país, como en otras muchas partes de Asia, les gusta tener la garantía de que el pescado que comen sea fresco, fresco. Vamos, que si no se resiste, no es de fiar, o si no, mirad este vídeo:



Además de la presentación de las mercancías, el analfabetismo en el que vivo y la peculiar forma que tienen de clasificar los productos aquí tampoco ayudan a evitarme los ataques de morriña cuando voy a hacer la compra. Por ejemplo, ayer intenté comprar un tetabrick de yogur. Lógicamente, no lo venden en botes de cristal, para qué nos van a hacer la vida más fácil pudiendo recordarnos que estamos en China y que (al menos yo) debería estar estudiando caracteres como una perra. Total, que tuve que recorrerme toda la sección de refrigerados, sorteando tortugas sin concha (pero vivas, pobrecitas mías), sobres de ensalada de medusa y lirios en salsa picante, hasta que encontré un cartón que ponía, así, en letras de verdad, YOGOURT.

Y ya casi con lágrimas de agradecimiento lo iba a meter en la cesta. Pero en un alarde de lucidez, de esos que, gracias al glutamato, son cada vez más raros en mi persona, me dije, esto no puede ser tan simple, seguro que tiene truco. Así que me fijé mejor, y claro que lo tenía. Justo debajo de "yogourt", y escrito con letras aún más gordas si cabe, ponía XILYTOL FLAVOUR. Y yo paso con la melanina, porque sin mi cafe con leche de por las mañanas no soy persona, pero... ¿yogur con sabor a xilytol? ¿Eso no lo lleva la pasta de dientes?

Total, que sintiéndome vencida, di media vuelta, consolándome con que peor estaban las tortugas. Pero he aquí que mientras pasaba por el pasillo dedicado a caramelos, frutos secos y frutas irreconocibles, me encontré con este paquete de tentador aspecto:

Preserved mango, decía. Y yo, que no aprendo, me dije, mira qué bien, si son mangos secos, por mucho empeño que le hayan puesto, no pueden estar malos... Ay, pequeño saltamontes, ¡nunca subestimes las capacidades de la industria alimentaria china!

Y esto es lo que había dentro del paquete:


Y el sabor va a la par del aspecto. Vamos, que es incomible, como era de suponer desde el principio, por mucho que la foto del paquete esté puesta con aviesas intenciones. Me queda el consuelo de que suelta un olorcillo así como a limpiasuelos de los más agradable. Y como no están los tiempos para tirar el dinero, lo tengo puesto encima de la mesa del salón, para que me haga de ambientador.

Así que hoy me he dejado de tonterías, y me he comprado estas galletas marca Pinocho, ya que, si me van a vender lo que les venga en gana, por lo menos que me lo adviertan desde el principio:

Lo más probable es que estén hechas de poliexpán, pero oyes, tengo un par de sillas que están medio cojas, así que a malas me servirán para calzarlas. Si le voy a coger el gusto y todo a esto del bricolaje gastronómico...


PD: doy las gracias a la amiga que que me generosamente me ha dejado las fotos del supermercado y autorizado a publicarlas.


lunes, 3 de noviembre de 2008

UNA IMAGEN VALE IGUAL QUE UNA PALABRA

Uno de los rasgos más peculiares de la lengua china es su sistema de escritura, al que tanto debe el gremio de tatuadores, y que tantos disgustos nos da a los estudiantes de chino.

Parece ser que la idea de utilizar ideogramas nació a partir de un método de adivinación, basado en calentar al fuego conchas de tortuga e interpretar las grietas que se originaban. Alguien pensó que sería buena idea buscar alguna forma de guardar las predicciones para la posteridad, y en un rapto de inspiración se le ocurrió tallar dibujos sobre el hueso, que explicasen en más detalle el significado de las grietas. Vamos, que lo inventó un Rappel en versión china, lo cual ya nos da una idea de su rigor y eficiencia como método de transmisión de conocimientos.

De esto hace cuatro mil años, y en este tiempo los habitantes de este gran país que me acoge han estado demasiado ocupados inventando cosas, conquistando territorio y liberando a las masas oprimidas como para desarrollar un alfabeto, así que aquí siguen, con los ideogramas, aunque obligue a los niños a dedicar prácticamente el 100% de sus primeros años de escolaridad sólo a aprender a escribir, y aún así no lo consiguen hasta los ocho o nueve años.


Una caligrafía roñosa, en la cocina de mi casa: porque en China la sensibilidad artística y el jabón son conceptos excluyentes.


Claro que en este tiempo algo han ido evolucionando, no sé si para mejor. Los caracteres originarios, que eran verdaderos dibujos en miniatura, como los jeroglíficos egipcios, se han ido estilizando hasta hacerse completamente irreconocibles. Hay algunos radicales básicos, y una vez que te los aprendes son fáciles de distinguir, pero eso tampoco facilita demasiado la tarea, porque la mayoría de los caracteres se componen de varios radicales, y aunque conozcas los radicales que forman un caracter compuesto, el sentido que tienen todos juntos casi nunca es evidente.

Por ejemplo, no creo que nadie vea aquí un árbol () y un ojo () sobre un corazón (). Y, aunque sea capaz de verlo, ¿qué significa árbol y ojo en mi corazón? Ah, el que quiera saberlo, a estudiar chino como hago yo, ¡que lo quereis todo hecho!

Algunos ejemplos más:

(quian, negro): un fuego ardiendo bajo una ventana.

(chu, suceder/ publicar/ brotar): un pie asomando fuera de una cueva.

(dian, electricidad): un rayo en el cielo, y de aquí 电脑 diannao (cerebro eléctrico), o sea,
ordenador.

(ming, luz/ evidente): el sol () y la luna ().

Otra peculiaridad de los caracteres es que no puede escribirlos como te de la gana (como tantas otras cosas en este país). Cada caracter tiene un número de trazos fijo, y hay que hacerlos en el orden adecuado. Parece una tontería, pero los diccionarios están organizados según el número de trazos y el orden, y si no sabes cuál es la forma correcta de escribir un carácter, no puedes buscarlo, ni en un diccionario, ni en un listado, ni en las páginas amarillas (aquí el chiste es fácil).

Un par de ejemplos de tradición y modernidad
- que además tengan gusto ya va a ser mucho pedir.

Según pasa el tiempo y el lenguaje evoluciona, seguir usando caracteres se va haciendo más difícil. Este sistema se adapta bastante mal a la introducción de nuevas palabras, que casi siempre se forman combinando varias palabras anteriores
(como avión, que se dice 飞机, literalmente "máquina voladora", o bicicleta, 自行车, "vehículo para montar uno mismo") lo que hace que la escritura se vaya haciendo poco a poco más lenta y difícil. Además, no se puede usar para escribir en un teclado porque hay más de 15.000 caracteres distintos (aunque nos queda el consuelo de que para poder leer un periódico sólo hay que conocer unos 3.000).

El Gran Timonel intentó sustituír los caracteres por el alfabeto latino, usando como base un sistema de transcripción fonética al que llamaron pin yin
( 拼音, "juntar sonidos"). La idea era buena (para variar, porque si China llega a haber sido un barco, con este al timón habrían acabado con Leonardo di Caprio cantando en la proa, ejem), pero no hubo manera de imponerla. Y es que los ideogramas son una parte fundamental de la cultura china. A caballo entre la pintura y la poesía, los caracteres tienen un componente estético que no puede llenar un alfabeto.

Aquí la gente decora sus casas con caligrafías; cuelgan el caracter de felicidad (
) en la puerta o en la cocina para que les traiga buena suerte; y cuando una pareja tiene a su único hijo, elige el nombre en función del significado de los caracteres que forman su nombre, con resultados a veces muy curiosos (pero esto mejor lo dejo para otro día, que el tema tiene mucha enjundia).

Puede que algún día los chinos acaben por vender su alma a la comodidad de un alfabeto, pero de momento se están adaptando bastante bien: la tasa de alfabetización de china es de un impresionante 85% (cifras de la UNESCO); han desarrollado teléfonos móviles con pantallas táctiles en las que se puede escribir con un puntero (o con la uña, como juro que he visto a alguna), y para darle al internet, hay
software (mira por donde, criticando a unos que su lengua no se adapta a los nuevos tiempos y nosotros usando palabras inglesas) que permite escribir en pinyin usando un teclado alfabético y cambia automáticamente al caracter que corresponda.

De momento he asumido que soy una analfabeta, lo que es bastante molesto, por cierto. Para comprar un litro de leche tengo que confiar en que alguna marca haya puesto una vaca en el paquete, o volverme a casa sin ella. Me compre un cupón de recar
ga para el móvil, y para poder usarlo me tuve que meter en un bar y pedirle ayuda al camarero (había que verme, con el móvil en una mano y el cupón en la otra y diciendo Mi no entender esta cosa). Conseguí abrir una cuenta en el Bank of China, pero como todos los papeles que firmé están en chino, me da pánico quedarme en números rojos, por si en alguna parte pone que se pueden quedar con mis órganos...

Cada día me gusta más este país.